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viernes, 20 de marzo de 2009

DESPERTADOR


Despertó dando un brinco, el corazón dio saltos en su pecho cual liebre silvestre, miró el reloj despertador como por instinto asentado en el buró esperando paciente la hora en que ha de sonar. A duras penas percibió parpadeante …las 5:17, talló sus ojos con los dedos de su mano derecha y volvió a mirar, las 5:17, 5:17, 5:18 … igual por instinto su mano atravesó la cama y buscó …él dormía todavía.
Hacía tiempo que su reloj interior le jugaba malas pasadas, unas veces eran las 5:15 otras las 5:18. Invariablemente cuando cada vez que, cual el Loco del Tarot daba el paso para precipitarse a ese vacío teñido de un amarillo brillante y profundo, (en el que todo se disuelve, todo deja de parecer importante y pasa a fundirse en esa profundidad amarilla) despertaba de la misma manera: dando un brinco.
Poco a poco el oleaje en que su pensamiento se convertía, se fue apaciguando. No había querido asumir que al paso de los años, se llega a la madura imperfección que la experiencia va acumulando, y que a través de las relaciones añejadas se va añejando también el sentimiento.
Colocó otra vez la cabeza en la almohada y se dispuso a reconciliar el sueño, como otras tantas noches. Su mente divagó y de pronto tuvo la certeza de que esa relación carecía ya de matices, ya no la entusiasmaba. Llora en silencio porque se da cuenta que cada mañana, ha vivido lo que siempre temió…una vida harto rutinaria, una vida plana, una relación sin emoción.
Sintió cómo los órganos internos se estrujaban como si fueran hojas de papel que se arruga dentro de una mano que se cierra poco a poco, tantos sueños, tantas promesas, tantas ilusiones iban quedando estrujadas listas para ser arrojadas al bote de la basura. El tiempo pasa y no regresa.
Volvió a deslizar su mano entre las sábanas y sintió su espalda, tibia y relajada, subiendo y bajando al ritmo de su respiración, conforme pasan los minutos a su mente vuelven recuerdos de promesas no cumplidas, de encuentros y desencuentros, de postergar día a día las propias necesidades por satisfacer las de él. Si, lo había amado y mucho, había abandonado familia, estudios, trabajo, por promesas hechas a la luz de la luna, de una luna como la de esa noche, grande y hermosa. Los hijos ya han hecho su vida; uno, el médico haciendo una residencia en Veracruz, la otra, recién casada se ha mudado a Londres con el marido, harán una maestría.
De pronto como jalada por una fuerza superior baja los pies y se sienta al borde de la cama, ya no piensa, el frío mosaico la ayuda a terminar de despejarse, camina hacia el closet y saca una maleta pequeña, esa que él usa cuando sale en viaje de dos días por cuestiones del negocio. Coloca algo de ropa, se viste con algo cómodo y caliente, en esta época del año hace algo de frío a esas horas de la mañana, peina sus cabellos en los que se pueden descubrir ya algunas canas.
Sale de la recámara, recorre la casa una última vez en la obscuridad, en su mente ella ya está lejos de ahí, llega a la puerta de entrada, introduce su vida en la cerradura y la gira, siente como su corazón quiere salir de su pecho, abre la puerta dando un paso hacia la terraza y de pronto una luz amarilla la deslumbra por un momento, desconcertada continúa dando el paso bajando el primer escalón de la entrada y cierra la puerta detrás de ella, y así enceguecida por la intensa luz amarilla, brillante y profunda que emana de la lámpara de la entrada, que activada por el movimiento continúa encendida, alcanza a su corazón que late con fuerza y recorre el camino de baldosas rojas hasta llegar a la calle, gira a la derecha y camina sin voltear atrás perdiéndose en la obscuridad de la noche.

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