
La prosperidad me sabe a chocolate derretido en un sorbete de nieve de vainilla, saboreado frente a la fuente de Trevi, después de haber bebido un vino tinto en un café italiano.
Huele a Joy y a hierba húmeda, a sal del mar Mediterráneo. Se siente a brisa fresca en mis mejillas recorriendo el Rin en un crucero. Admirando las barrancas del Cobre en Chihuahua y refrescándome en las aguas de los cenotes yucatecos. Bailando tango hasta el amanecer en una milonga en Buenos Aires y descansando a la orilla de la playa en una hamaca leyendo una novela.