Me declaro una criatura de hábitos, no puede faltar el medio vaso de agua tibia por las mañanas, dicen que limpia el organismo.
Sacar a pasear al perro durante media hora es lo siguiente, el baño al regresar es imprescindible.
Después de eso una buena taza de café y mi primer cigarro, con el que empiezo a inhalar bocanadas de vida que me ubican poco a poco en la realidad.
7:30 y mi bolso desgastado por el uso diario me abre paso entre la agresión e indiferencia de cuanto me encuentro a mi paso.
Me declaro una criatura de hábitos, porque es imprescindible que al oler las 8 campanadas se mezcle con el sabor de la llave en la puerta que me recuerda que nuevamente llego a mi comunión diaria con lo más selecto de las culturas y las épocas.
Comienza el deambular de escasos lectores entre estantes llenos de libros, de cuando en cuando, a pregunta expresa me dirijo al estante preciso provocando el encuentro entre el autor y la nueva posibilidad de conmover o al menos de ser escuchado de nuevo.
Mi caligrafía perfeccionada con los años da permiso a estos dos nuevos amigos de tener una semana para compartir ideas, conocerse o incluso hasta odiarse.
Me declaro una criatura de hábitos, 5:30 y empiezo a elegir quién me va a acompañar el resto de la tarde en mi café habitual.
6 pm y nuevamente el sonido de la cerradura se mezcla con la última campanada de la iglesia. El café me espera, soy libre.
Ocupo mi lugar en el sillón y solo espero que “Bataverde” me sirva el café bien cargado y mi croissant vegetariano, como siempre…
Aspiro el humo de mi cigarro y las páginas del libro se deslizan entre mis dedos. Devoro las primeras páginas y el estómago me reclama el croissant.
Busco a “Bataverde” con la mirada, incrédula de su olvido y allí está…..charlando con el culpable de que se haya roto mi rutina, me obliga a llamarlo y es entonces cuando reparo en sus ojos, no los de “Bataverde”, en los del otro, aquel que con una sonrisa divertida me mira y parece conocerme.
¿Cómo osa irrumpir de esa manera en mi rutina?
Y continúa sonriendo de esa forma, con tanto desenfado, así como si nada. El café y el croissant quedan en la mesa. Me levanto sin saber qué rumbo tomar, “Ojos” ha cambiado mi rutina y lo único que me dicta mi cabeza es huir.
Pago y salgo, apretando a Borges contra mi pecho, impidiendo que se me escape el corazón. Siento pasos y acelero un poco, siento, no, quiero sentir a “Ojos” tras de mí. Una mano rompe el aire y toca mi hombro, parece que Borges no será suficiente protección.
Suena el despertador a la hora de siempre, el olor a café me hace despertar. Esta mañana una flor sustituye al medio vaso de agua, me levanto a bañar, el paseo con el perro puede esperar.
El baño se resume en dos minutos alentada por volverlo a ver, segura que desde ahora mi rutina será sólo él.
Sacar a pasear al perro durante media hora es lo siguiente, el baño al regresar es imprescindible.
Después de eso una buena taza de café y mi primer cigarro, con el que empiezo a inhalar bocanadas de vida que me ubican poco a poco en la realidad.
7:30 y mi bolso desgastado por el uso diario me abre paso entre la agresión e indiferencia de cuanto me encuentro a mi paso.
Me declaro una criatura de hábitos, porque es imprescindible que al oler las 8 campanadas se mezcle con el sabor de la llave en la puerta que me recuerda que nuevamente llego a mi comunión diaria con lo más selecto de las culturas y las épocas.
Comienza el deambular de escasos lectores entre estantes llenos de libros, de cuando en cuando, a pregunta expresa me dirijo al estante preciso provocando el encuentro entre el autor y la nueva posibilidad de conmover o al menos de ser escuchado de nuevo.
Mi caligrafía perfeccionada con los años da permiso a estos dos nuevos amigos de tener una semana para compartir ideas, conocerse o incluso hasta odiarse.
Me declaro una criatura de hábitos, 5:30 y empiezo a elegir quién me va a acompañar el resto de la tarde en mi café habitual.
6 pm y nuevamente el sonido de la cerradura se mezcla con la última campanada de la iglesia. El café me espera, soy libre.
Ocupo mi lugar en el sillón y solo espero que “Bataverde” me sirva el café bien cargado y mi croissant vegetariano, como siempre…
Aspiro el humo de mi cigarro y las páginas del libro se deslizan entre mis dedos. Devoro las primeras páginas y el estómago me reclama el croissant.
Busco a “Bataverde” con la mirada, incrédula de su olvido y allí está…..charlando con el culpable de que se haya roto mi rutina, me obliga a llamarlo y es entonces cuando reparo en sus ojos, no los de “Bataverde”, en los del otro, aquel que con una sonrisa divertida me mira y parece conocerme.
¿Cómo osa irrumpir de esa manera en mi rutina?
Y continúa sonriendo de esa forma, con tanto desenfado, así como si nada. El café y el croissant quedan en la mesa. Me levanto sin saber qué rumbo tomar, “Ojos” ha cambiado mi rutina y lo único que me dicta mi cabeza es huir.
Pago y salgo, apretando a Borges contra mi pecho, impidiendo que se me escape el corazón. Siento pasos y acelero un poco, siento, no, quiero sentir a “Ojos” tras de mí. Una mano rompe el aire y toca mi hombro, parece que Borges no será suficiente protección.
Suena el despertador a la hora de siempre, el olor a café me hace despertar. Esta mañana una flor sustituye al medio vaso de agua, me levanto a bañar, el paseo con el perro puede esperar.
El baño se resume en dos minutos alentada por volverlo a ver, segura que desde ahora mi rutina será sólo él.